“En Piura hay como quinientos canillitas, pero sindicados sólo hay poco más de cien” denuncia Doris Céspedes, canillita desde hace más de treinta años, y nuestra guía en el mundo de dicha labor. Lleva consigo un bolso de rafia azul con rayas rojas y blancas. Adentro, un fajo grueso de ejemplares de El Comercio. Son los periódicos del día anterior que no vendió. “Si no regresas los de ayer, ya no te dan los de hoy” sentencia, resumiendo el diario teje y maneje del canillita promedio mientras nos lleva a los puntos de distribución de periódicos más importantes de Piura.
Desde el Óvalo nos señala la esquina de la Grau con la Tacna: la botica Inka Farma, (ya entendí xq me pusieron 16: no es la Tacna, ES LA CUSCO x_X;;;)la única que atiende toda la noche. A medida que nos acercamos, distinguimos unas personas sentadas en la vereda, rodeando toda la esquina de la botica. “Vas a ver gente de todas las sangres acá: Vicús, Chimú…”, advierte Doris -esta frase dejó pensando a Pato, estudiante de Historia con una extraordinaria sensibilidad ante el indígena; me la pensé dos veces en ponerla, pero esta es la realidad, no hay otra-. Dos mototaxis flanquean a los canillas instalados en plena calle, con periódicos arrumados por toda la vereda. Ésta es la sede de los distribuidores de diarios: la calle. El ojo inexperto pensaría que son trabajadores informales. En serio: tirados en la vereda, como si fuesen ambulantes o vendedores informales o de merca ilegal, van armando todititios los periódicos. El otro día me vendieron un Comercio incompleto.
Apoyado en las rejas de la botica está el encargado del distribuidor con un cuaderno en la mano. A sus pies, dos cajas pequeñas. “Desde las tres de la mañana están acá” comenta con voz de orden. A su lado, los canillas compaginan las hojas de los diarios. En una sola ruma encuentras páginas de El Tiempo y La Hora. Arman el periódico con destreza, casi sin mirar: unos conversan en voz baja, otros nos saludan con un “buenos días” -aún era de noche-. La gran mayoría ya estaba grande para el apelativo canillita: muchos pasaban el umbral de los treinta años, salvo un niño que no llegaba ni a los diez. Él no compaginaba: se llevaba los periódicos a repartirlos. No me quería ni ver, se fue corriendo vete tú a saber a dónde.
Para el lado de la Tacna, con menos luz, arma sus periódicos el secretario general del Sindicato -hasta ahora lamento no haber apuntado su nombre-. Nos cuenta el lado duro de la labor de canillita, profesión que sigue hace poco más de veinte años: “No se puede trabajar en la calle. Aquí nos asaltan. Esto debería de hacerse en un local, protegido; así uno paga tranquilo”. Según lo que yo entendí -vamos, estoy en primer año de universidad...-, el discurso del secretario fue una queja -fundamentada- ante los periódicos y sus imprentas por el poco o ningún interés que ponen por el gremio canilla, sin caer en la cuenta que son su brazo derecho -o los dos brazos, piernas, dedos, ojos, boca- en ventas. Ésta situación da nombre a este relato. Pone de ejemplo al hombre que tiene al lado, quien se halla sentado sobre una ruma de La República ya compaginados. “A él lo asaltaron; le quitaron todo”. Doris da un poco de su cosecha: “¿Te acuerdas? El día de mi cumpleaños se llevaron todos mis periódicos”. Acto seguido, llega una señora a vender desayuno.
La siguiente parada es otro distribuidor, en una puerta en la avenida Tacna, al otro lado de la Grau. Esta vez, el pago y distribución del periódico caliente es al amparo de cuatro paredes, pero la compaginación sigue siendo en la vía pública. Había que subir unos escalones empinados y cortos para entrar al localcillo del distribuidor. Al final de un pasadizo de tierra apisonada, una ventanilla. La ventanilla está rodeada inútilmente por una reja; desde ahí se pueden ver rumas del diario Trome. Doris aprovecha para pagar y dejar los periódicos que no vendió. Afuera del local, algunos canillas ya han acabado de compaginar y esperan que llegue el diario Correo. Un muchacho duerme. Creo que era el canilla mas jóven que vi esa madrugada... todos los demás acechaban peligrosamente los 40 años (no he dicho que sean viejos, ojo!).
La República dedica su portada a Majaz; Trome, al mundo del espectáculo peruano. Doris afirma con pena que el periódico más vendido entre sus colegas es El Popular: a más morbo, más venta -qué pena que no me acuerdo del titular de El Popular de ese día; personalmente me entretiene leer los titulares de ese periódico; dicho sea de paso, tiene su versión norteña-. “Por eso yo trato de vender Comercio”. El Comercio, si llega, no tiene hora fija. “Unos días a las 7, otros a las 11, a veces a las 3, o en la noche”. Y también debe compaginarse. Asimismo, antes vendía alrededor de 120 ejemplares de Expreso. Hoy sólo vende uno, y es el de mi casa. Doris hace malabar y medio para mandárnoslo, pues ella no compra Expreso; además no le compensa irse hasta mi casa por un periódico que encima ha tenido que comprárselo a una colega suya. Después nos llega El Tiempo, que -déjenme decirles- es un desastre.
El tercer distribuidor está dentro de una playa de estacionamiento. Para subir al local (que no es otra cosa sino la caseta de cobranzas de la playa) era necesario dar más maromas que en el local anterior. Adentro, una radio pequeña amplifica huaynos. En el suelo, Tromes y los jebes con los que amarran los periódicos no dejan pasar. Un joven se soba los ojos, mientras una señora nos dice con tono amable que aún no llega Correo. Doris nos llevó aquí para que viéramos nomás: ella no tenía que comprar nada ahí. O sea, nos dio un auténtico tour. Para estas horas yo ya me quería regresar porque nos ibamos por unas calles un poco solitarias que no me hacían gracia, pero valió la pena.
El canillita, ordinariamente, trata de estar a las tres de la madrugada en el distribuidor, devolviendo el periódico del día anterior y recogiendo el nuevo. Luego de compaginar, sale a vender. Por periódico semanal se gana un poco más de 15 centavos. Lo normal es que venda 80 copias. Sentados trabajando en la calle, vulnerables a asaltos –manejan considerables sumas de dinero-, ellos mismos se quejan de ser considerados ambulantes, de que las imprentas de los diarios los tengan en nula consideración. “Somos callejeros”, concluía el secretario del Sindicato. “No digas eso, somos gente de hogar”, le recuerda su compañero, colocando los pies sobre otra ruma de La República.
“El 5 de octubre es el Día del Canillita” nos cuenta Doris. “Aún no conseguimos el local para la fiesta, pero el 4 tenemos misa”. De regreso a la Grau, pasamos por otra ventanilla, al frente de Elektra. Doris compró pocos periódicos y los compaginó al caminar. Camino al punto de venta de El Popular, el cielo se había tornado azul eléctrico y el zumbido de las mototaxis comenzaba a hacerse sentir. “Correo va a llegar a las ocho recién” oímos, mientras de lejos veíamos a los canillas de la Grau pararse e irse con prisa. Dejamos a Doris en el último distribuidor de su recorrido, mientras clareaba el cielo; y con un sonido fuerte, se apagaron las luces de la calle, forzado campus del canillita piurano.
Me fui con pena... no tenía forma de agradecerle a Doris todo lo que nos había enseñado. Desde ese día que no veo a Doris. Aún no la he saludado por el día del canillita. Un cordial saludo a todos.